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Porque educar es un enredo para todos, pero de responsabilidad única y exclusivamente adulta. Partiendo de esta premisa, tenemos garantizado un arduo trabajo por delante hasta conseguir dejar claro quién o quiénes son los responsables directos de la situación actual de la conducta de muchos hijos. Porque todo lo que no hacen bien, se lo hemos enseñado nosotros. Nuestros hijos nos ven, y en su libreta secreta –que todos sabemos que existe pero que nadie ve– anotan y registran nuestra selección de calificativos sobre cómo debe ser, cómo nos gustaría que fuera su comportamiento y sobre todo qué pensamos de ellos cuando se equivocan o cuando las cosas no van del todo bien. También anotan otras tantas maneras nuestras de reaccionar a las frustraciones, a las alegrías, a las penas; llenando páginas con todo lo que nosotros les mostramos a diario. Nuestros hijos aprenden de nosotros y, a pesar de saber que la chapuza es nuestra, los perseguidos cuando no hacen bien lo que ni siquiera reciben desde nuestro catálogo de adultos; es absurdo pedirles que hagan bien lo mismo que nosotros mismos nos cuesta tanto, pero claro, ellos son menospreciados por pequeños o por subordinados y demasiadas veces tienen que soportar nuestras peores críticas… menudo error.
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El ejemplo es el único argumento, el resto sobra o molesta.
Ejemplo de respeto como exaltación del cimiento de la futura persona, la parte más importante por ser la base de todo, y es ahí donde no nos queremos hacer responsables o pretendemos pasar de puntillas sobre el origen real del conflicto, destacando los defectos sólo en ellos haciéndoles responsables y portadores de unos síntomas que simplemente no les corresponde. “Es que el niño no sabe respetar. Es que la niña no obedece ”. Estos son sólo síntomas nuestros volcados en ellos, son el reflejo de lo que no hemos sido capaces de hacer bien, ya no digo mal, que también.
Nuestro mejor ejemplo de modelo de convivencia ha de servir como referencia para todo lo que venga como columnas firmes que dan soporte a todo el peso de la estructura. Si nuestros ejemplos están basados en criterios bien definidos, soportarán el paso del tiempo manteniendo la distancia, el equilibrio y la simetría entre la libertad individual y el respeto hacia los demás.
Vivimos los errores como si fueran un freno o un atraso, pero si pusiésemos nuestra mejor actitud en aprender y mejorar en el lugar de reprochar, todo sería muy diferente. Porque nadie nace sabiendo y aprender es una actitud que nos hace inteligentes, o así debería ser.
El peor error sería no aceptarnos como somos y no aceptarlos como son; sin embargo elegimos vivir pendientes toda la vida de esa parte que no nos acaba de gustar en nosotros y en ellos; todo gira entorno a varios defectos que se manifiestan en forma de reproches… demasiado espeso todo, demasiado insultado y sobre todo demasiado ingrato.
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A veces nos merecemos el reproche de nuestros hijos, incluso una buena reprimenda, un escarmiento y un buen castigo. Precisamente eso es lo que hacemos con ellos cuando queremos que nos obedezcan. Eso y repetir las cosas veinte veces hasta gritarles incluso, eso nos encanta, pero si lo hacen ellos no, entonces se nos llena la boca con el tan repetido “eso no se hace”. Que cada uno saque sus conclusiones, pero sobre todo que cada uno asuma su responsabilidad ante esta realidad educativa.Nuestros hijos nos ven, nos miden y nos desnudan en cada gesto, en cada conducta ya cada momento. Si lo que queremos son hijos bien educados, exijamos a ellos lo mismo que les mostramos; seamos humildes y sobre todo coherentes, porque no educa mejor quien grita más fuerte sino quien sabe enseñar con su mejor ejemplo.